domingo, octubre 01, 2006

Estela a J.

Bruno Marcos
El todo es modelado por el lenguaje. Parece que el todo fuera tomando forma a medida que lo hacemos palabras. Explicaba Jacobo, en Egipto, algo sobre lo que señala la Biblia de que primero fue el verbo, pero que eso del verbo lo habían tomado los judíos de la cultura egipcia a la que tanto admiraban y que no significaba exactamente que antes fuera la palabra sino una especie de ser que encarnaba lo que en el lenguaje son los verbos, es decir las acciones, no sé, no recuerdo bien aquello, creo que no lo entendí bien.
No sé por qué pensé esto, quizá porque hoy cogí un libro cualquiera y me puse a leer, era algo que no me interesaba, y me di cuenta de lo que la literatura me ayuda, pero en abstracto, sólo porque es lenguaje ordenado.
También me acordé de José Ramón que murió a los 20 años. Su pérdida nos consternó en tal medida que de alguna forma se convirtió en un tabú. El tabú es no hablar de algo, no modelarlo con el lenguaje y creo que con el tabú, aunque pensamos que nos salvamos del dolor al no rememorar, en realidad pretendemos preservar, conservar.
Con la muerte de J. puede que quisiéramos preservar su dimensión de drama al no superarlo mediante el lenguaje como un tributo a su memoria, pero, también, es posible creer que no se hablaba de algo que nos sobrepasaba, de algo que no podíamos modelar con palabras.
Un cáncer se lo llevó en algo más de un año. Fue el funeral más desolador al que he asistido en toda mi vida. Junto a la sepultura, inundada de flores como la de un héroe joven griego cuya única hazaña había sido ser un chico normal, el desgarrado llanto de la madre por un lado y por el otro el de la novia rompían el ruido del viento. En un instante lo capturé, se cruzaron, madre y novia, las miradas. La gente no se iba de allí, permanecía al lado del panteón una vez sellada la losa.
Parece que, cuando los grupos adolescentes van a cruzar el umbral de la juventud, a uno le tocase siempre morir para presentar la muerte a los demás dejándoles su zarpazo en la cara de por vida.
A veces Antoine Doinel se ha arrancado a hablarme de ello y me ha contado que en el velatorio nadie hablaba y que él empezó, en voz alta, a reprocharle al cadáver haberse muerto, a modelar con palabras lo inmodelable.
Nadie puede imaginar lo que es vivir con veinte años una cuenta atrás, con las expectativa de vivir tantas cosas. Ahora al escribir esto me he acordado de mi novela La fiesta del fin del mundo y me he dicho a mí mismo: “¡Pero si nunca me acordé de J. para escribirlo!”. Y he meditado un poco más y me he dado cuenta de que sí pensé en él, en realidad podría ser su historia, al comienzo de la juventud donde todo es un fiesta, donde él asistía a todas las fiesta al final de las cuales iba a morir... No he sido muy consciente de ello, quizá por el tabú... Acaso también él, como el protagonista de la novela, pensó que todo era un mal sueño y se sintió eterno por el amor.
La literatura, sólo ese orden de palabras y de ideas devuelve el equilibrio al mundo, hable de lo que hable, modela el todo al que el orden humano le es indiferente.
José Ramón Toral de la Puente murió como cualquiera, a los 20 años, como un héroe clásico de los que estudiábamos en las clases de griego. Quede aquí constancia de que vivió y de que fuimos sus amigos y de que le quisimos y fue feliz.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Los libros que leemos vienen en nuestra ayuda cuando los necesitamos. Por eso cuando "falla la vida; asiste lo vivido".

octubre 02, 2006 8:23 p. m.  

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